Rojo, azul… y párale de contar

Por Nadia Celebic

333 millones de personas, 50 estados, 1 país, una mezcolanza de nacionalidades, tradiciones, idiomas, religiones, contextos históricos, una multiculturalidad estridente que cada cuatro años enfrenta la misma disyuntiva: go red or go blue.

Este año, la historia gringa se repite y de aquí hasta el 5 de noviembre, los ojos del mundo van a estar puestos en dos individuos, que cargan consigo los fracasos de sus respectivos partidos, ambos candidatos además cargan con su propia ración de escándalos y calumnias. Y luego está, Robert Kennedy Jr, una alternativa atractiva que desgraciadamente se enfrenta a dos gigantes que a lo largo de décadas han exitosamente ejecutado la máxima romana, divide et impera.

El mundo bipolar y la guerra fría contra la URSS habrá terminado en los noventa, pero esa dinámica dual es propia de la mentalidad estadounidense. Han abanderado, y han metido la cuchara en muchos países, para sermonear sobre democracia y libertad, sin embargo hasta la fecha un tercer, cuarto o quinto candidato han sido inviables, la alternancia de poder ha sido inviable. Aunque una alternativa fuerte es absolutamente necesaria.

Esa insana dicotomía más que resolver, proponer y encontrar puntos en común, alimenta la división y el señalamiento social, logrando una sociedad más violenta y más fácil de provocar. El poco arraigo y la poca cultura facilitan ese choque entre bandos, permitiendo que los americanos, en busca de identidad nacional, recurran a uno de los dos partidos que han guiado la historia y el rumbo de este país por los últimos 170 años, de 248 que lleva existiendo. Está la parte que se fanatiza y adopta dogmáticamente la causa, idolatrando al candidato que los representa y satanizando a los contrarios; la otra parte es indiferente y prefiere no opinar para no ser etiquetada. Porque en ese país, cargar con una etiqueta negativa puede costarte hasta el trabajo.

Aunado a eso, está la migración, donde individuos de orígenes y contextos muy distintos se ven obligados a coincidir en un mismo espacio, individuos buscando satisfacer intereses individuales, con miedo, además, al colectivo, porque en el colectivo puede haber individuos de algún grupo contrario, ya sea etnico, religioso, social o político. Y bajo esa lógica, es mejor crear ghettos, donde las similitudes socioculturales sean una garantía y la convivencia sea entre conocidos, o al menos no tan desconocidos. Esa falta de cohesión social ha hecho que otros problemas, como la discriminacion y la segregación, permeen. Se vuelve muy difícil encontrar acuerdos cuando el miedo a lo desconocido está tan presente en una nación donde muy probablemente el vecino no comparta tus valores y principios.

Cómo pretende cualquier candidato hablarle al pueblo americano y prometerle un cambio que beneficie a la población en general cuando las propuestas mismas implican quitar recursos de un sector y asignarlos a otro, o promoverse como la opción de cambio cuando en 170 AÑOS NO HA HABIDO OPCIÓN. El cambio no es cambio, es un proceso cíclico que se repite una y otra vez. Cuando llega a haber una variante, ese mismo miedo a lo desconocido la saca de la ecuación. La complejidad de su diversidad se ve reducida a sólo dos opciones que fallan en representar la unidad y el punto medio. 

Una sociedad tan diversa y fragmentada debería trabajar en ver más allá de si alguien es rojo o azul, y mejor enfocarse en lo que afecta a todos los que habitan esa tierra, ver lo que se puede tener en común. Pero seamos realistas, a como van las cosas, los americanos han decidido alejarse más y más del centro, provocando que los políticos se aprovechen de esta situación y se atrincheren cómodamente en sus estados semiautónomos, ahí donde sus políticas sean más aplaudidas. Sin tener que preocuparse por ponerle solución a los graves problemas nacionales (crisis de vivienda, sistema de salud, consumo de drogas, trata de personas, desigualdad, por mencionar algunos) que están llevando a la decadencia social y económica de la gran potencia mundial. El Sueño Americano, esa dosis de serotonina que impulsó a millones a perseguir el éxito y la libertad, ya no existe más, es una ilusión y un slogan de política exterior engañoso y anticuado. La clase media lucha cada día más por mantener sus privilegios y no ahogarse en deuda, y la clase baja cada vez es mayor, tanto por la economía como por las crisis migratorias, provocando a su vez mayor recelo entre clases. Mientras tanto el gobierno está más preocupado por inventar nuevas formas de recolectar impuestos y por seguir promoviendo libertad a cambio de dinero. Todo esto pone en duda si Estados Unidos sigue siendo un país de primer mundo.

Gane Trump o Kamala (o en un mundo donde aún vive la esperanza, Kennedy), lo cierto es que los ciudadanos, así de divididos, vuelven a perder.

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